Este Viernes Santo, el Papa Francisco presidió, desde la distancia, el tradicional Vía Crucis en el Coliseo de Roma. Aunque no estuvo presente físicamente, sus meditaciones fueron el corazón de la celebración, llevando al mundo un mensaje profundo de esperanza, inclusión y amor radical.
“En un mundo de algoritmos, la economía de Dios no descarta”, afirmó el Pontífice en sus reflexiones escritas para la ocasión. En ellas, presentó a Jesús como aquel que, en su camino hacia el Gólgota, desciende voluntariamente al dolor humano para abrazar todo lo que el mundo rechaza.
En sus palabras, Cristo, “clavado”, se pone “en medio”, “entre opuestos” y los lleva al Padre. La cruz, más que un símbolo de sufrimiento, es el puente que une lo dividido, que derriba muros y establece la reconciliación. “Su cruz no condena, sino que reconcilia”, subrayó Francisco.
El Vía Crucis fue presidido en el lugar por el cardenal Baldisseri Reina, pero el eco de las palabras del Papa resonó entre los asistentes y millones de fieles en el mundo. En un tiempo de polarización, guerras y exclusión, la propuesta del Evangelio sigue siendo radical: amar hasta el extremo y abrazar incluso al enemigo.
