ColumnistasDagoberto Páramo Morales

El triunfo de Pedro J. Sánchez

Evocaciones

La ciudad parece un hervidero de emociones que se mueven a lo largo y ancho de los corazones de los ibaguereños que henchidos de orgullo sienten como propio el triunfo del pedalista nacido en tierras tolimenses. Todos vibran al compás de las notas del bunde tolimense que enchina la piel y la sacude como nunca. Parece increíble la loable hazaña hecha por el “León del Tolima” como lo bautizara el periodista deportivo de origen costarricense Carlos Arturo Rueda C., por verlo correr en solitario entre muchos antioqueños, vallunos y cundinamarqueses. Un verdadero hito.

Los cuatro compañeros de sexto de bachillerato del Colegio San Simón se aprestan a ver el desfile en el que trepado en un carro de bomberos -seguramente acompañado por algunas autoridades municipales y gubernamentales-, estará el flamante campeón de la XVIII Vuelta a Colombia. Saben por las noticias de radio que desde Buenos Aires hasta la Plaza de Bolívar las calles están inundadas de gente de todos los matices y colores sociales deseosa de darle un saludo -en la distancia, claro está- al más connotado deportista que ha producido el Tolima. El amor y el fervor por la tierra y por este hombre de 28 años elevan sus espíritus y hacen que sus sentimientos de paisanaje que llevan dentro los mantenga expectantes y a la espera de escuchar las sirenas que avisen que el vehículo apagaincendios está cerca. Los gritos de júbilo y los vivas se escuchan a diestra y siniestra. El colorido amontonamiento de aficionados presagia minutos de fiesta y de fúlgida emoción. Todo es jolgorio, todo es alborozo que se siente hasta en las hojas de los árboles que se sacuden con tanta algarabía. 

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La llegada de la caravana de celebración se parece a la misma que se formó cuando la Vuelta a Colombia entró a la capital liderada por Pedro J. Sánchez -que siempre quiso ser fisiculturista-. Más que apoteósica, es histórica. Sin duda es el acontecimiento de mayor trascendencia sembrado en el alma regional, el más grande evento deportivo de inolvidable recordación. Su inmensidad ha trastocado la rutinaria vida de quienes, en medio de las nostalgias y tantas dificultades, se solazan con la satisfacción de ver al ganador. Parece como si el trofeo que porta el ciclista en sus manos les perteneciera a todos, como si todos hubiesen aportado algo. El regocijo colectivo ha movido las conciencias ciudadanas y las ha puesto a vibrar a mil revoluciones por segundo.

El más moreno de los estudiantes se siente más ganador que el resto de sus compañeros de clase. No solo tuvo la oportunidad de estar en El Campín en la fría capital del país, sino que estuvo en un lugar privilegiado para disfrutar el arribo de la carrera a Ibagué el jueves 16 de mayo: Una tía suya vive en el segundo piso del edifico ubicado en la carrera tercera con calle once, justo encima del almacén Mora Hermanos en el que se expenden productos de las Industrias Metálicas de Palmira.  

La llegada a Bogotá es de nunca olvidar después de que la caravana pasó por Neiva y Girardot. En medio de la populosa colonia tolimense residente en la capital, acompañado por el gobernador Ariel Armel Arenas -hizo en moto el recorrido de la última etapa- y recibido por el torero tolimense Pepe Cáceres, el hijo de Chaparral sella el triunfo después de muchos sacrificios y sufrimientos en las 18 etapas corridas. Trepado en su “caballito de acero”, dirigido por el antioqueño Francisco Luis Otálvaro, patrocinado por Telepostal -unión entre Telecom y Adpostal- y después de más de 58 horas surcando laderas y sudando a raudales por los llanos del país, pudo oírse en todo lo alto el ronco rugido de este hombre soñador que entrenó durante cuatro meses en los alrededores de Fusagasugá. Todo un crisol de instantes acumulados para alcanzar la meta forjada entre sueños tejidos en la intimidad de su hogar en su denodada batalla por escalar las más alta de las cimas: las de la esperanza de recorrer sus propios pasos, la de dejar sus indelebles huellas en los anales de la historia.

Mientras al joven estudiante le brillan los ojos -también negros- sus amigos lo escuchan con la atención del discípulo disciplinado. La tristeza los invade y el arrepentimiento se adhiere a sus ingenuas miradas por no haber faltado a clase ese memorable día y así no perderse de nada. Se lamentan por no haber presenciado ese enloquecido momento, pues los profesores no les dieron permiso para faltar al colegio, aunque sí para estar pendientes de los pequeños radios que se colaron en el salón de clase. 

Sin duda que la victoria terminó de moldearse en la llegada a Ibagué. Muchos pobladores acompañaron con sus plegarias la proeza de este pedalista que ya había brillado con luz propia en vueltas anteriores. Uno a uno fue llegando al mejor sitio que encontró, posesionándose de las aceras y las calles por donde pasó la vuelta rumbo al Parque Murillo Toro. Algunos se desplazaron hasta Boquerón para disfrutar el espectáculo de las bielas. Otros prefirieron dirigirse al Palacio del Mango donde finalizaría la etapa. 

El sufrimiento de los aficionados no tuvo parangón. Desde la salida de Armenia la angustia desencajó el rostro de todos porque en la subida a La Línea el “Ñato” Suárez le tomó más de un minuto de ventaja a Pedro J. Se presagiaba lo peor. Los oídos estuvieron atentos a la narración que los locutores hacían y el silencio casi paraliza los corazones que latían a mayor ritmo. Sin embargo, el paso por Cajamarca tranquilizó a todo el mundo porque el pedalista tolimense encabezaba la carrera. La vertiginosa bajada le permitió recuperarse y sacar ventaja de sus aptitudes y del conocimiento que tenía de la carretera. Los rostros volvieron a sonreír a plenitud. Ésta será la nuestra, alcanzaron a comentar los más fanáticos. Todo marchaba a pedir de boca.

Pero como todas las batallas ganadas están llenas de retos, ésta no podía ser la excepción: en el trayecto entre Cajamarca y la capital de departamento la pinchadura de una de las ruedas del ciclista chaparraluno volvió a inundar de gris el firmamento tolimense. Y como lo que está mal tiende a empeorarse, las dificultades de las comunicaciones radiales hicieron que la carrera se perdiera del radar de todos. Otra vez surgió lo inesperado que como ave agorera pronosticaba un doloroso remate. Los más negativos invocaron la fatídica frase que ha acompañado a muchas generaciones en todo el país: otra vez “faltaron cinco centavos para el peso”.

A pesar de algunas caras alargadas y hasta compungidas, la tensión que reinaba en todos se frenó de repente cuando Pedro J. apareció de primero nuevamente. Todos respiraron aliviados. Sí se puede, pensaron otros mientras hacían fuerza para que el milagro se hiciera realidad.  Y se hizo. El León del Tolima le había tomado más de ocho minutos de diferencia al ciclista antioqueño y circulaba de primero por todas las calles ibaguereñas. Ahí tomó el liderato que ya no soltaría más. En su adusto y desgastado rostro se percibía un dejo de satisfacción que se combinaba con su piel erizada y plena de dicha. Sabía que tenía el triunfo definitivo en sus manos. Y lo tuvo. La Línea sentenció la vuelta, pero no en la subida, sino en la bajada que tantos temían.

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