ColumnistasNelson Germán Sánchez

¿Y si cae López de Galarza?

Óptica periodística

No se equivoquen, este no es un llamado al vandalismo ni a atentar contra la infraestructura pública, si no a una reflexión frente a qué pasaría si ese monumento que mira hacia el nevado del Tolima ya no estuviera frente al SENA o fuera reemplazada por otro, por ejemplo, un monumento a Los Pijaos, quienes dieron una lucha sin cuartel a la invasión española de estas tierras. Además, es con la misma plata, suya y mía, de todos los colombianos con los que se construyeron y con las que seguramente se pueden volver a levantar los monumentos. ¡Ah! la misma con la que nos ha tocado cubrir los robos enormes en sobrecostos de obra pública o proyectos no realizados.

Es cierto que tumbar o remover una estatura no cambia la historia, pero para algunos podría contribuir a abrir una discusión pública franca, a llamar la atención, respecto a que se puede estar rindiendo falsamente homenaje a oscuros personajes que por sus acciones violentas y sanguinarias sencillamente no lo merecen más o al menos no de esa forma tradicional rimbombante. Ni seguir repitiendo hitos históricos impuestos desde la lógica de los vencedores que arrasaron a los locales y que ocultan acciones infames que también merecen ser conocidas. Es decir, construir un nuevo relato histórico con las distintas versiones de los hechos.

Ya se sabe por nuevos estudios de la historia nacional que ninguno de los llamados conquistadores españoles -ni Belalcázar ni nuestro Galarza (a quien se le ha pintado como supuesto hombre de letras, culto, de leyes)-, eran cosa distinta a saqueadores e invasores sanguinarios, quienes no veían ni a indígenas ni a negros tan siquiera como seres, no digamos seres humanos, si no como cosas u objetos porque supuestamente carecían de alma, lo cual los colocaba a nivel o muy por debajo de animales como los caballos o perros, que sí les eran  útiles en sus labores.

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Capítulo aparte merecen Bolívar y otros de los llamados “héroes de la Independencia”, porque también nuevos estudios sobre sus acciones, relatos escritos por personas de la época, dan cuenta que tampoco fueron ni mucho menos muy dignos de admirar. Bolívar, por ejemplo, además de traicionar a muchos de los que le ayudaron en su “gesta libertaria” fue un masacrador; ya se tiene plena confirmación de hechos históricos, por ejemplo, de la orden que dio en plena Navidad para que mataran mujeres y niños inocentes en San Juan de Pasto, quienes se encontraban indefensos en esa población. Lo hizo por venganza y por su ego herido. De eso podemos hablar después.

A propósito, en Ibagué, en vez de tener un busto de Bolívar adornando una plaza en el centro de la ciudad, deberíamos tener un monumento en honor a algún personaje histórico o indígena de este departamento. Mientras Bolívar ocupa todo el centro (y tiene otra estatua en el barrio Libertador), se le colocan flores y sirve de punto de referencia, los de los indígenas están hacia la periferia: En la calle 19 entre 2ª y 3ª el de la de la Raza Pijao, la Cacica Dulima en la calle 14, El Boga a un lado del parque Murillo Toro, por mencionar algunos ¿No debería ser al contrario?

Así que lo que pasó en Popayán (Cauca)  cuando la comunidad Misak tumbó una estatura del conquistador español Sebastián de Belalcázar, ubicada en el cerro Tulcán, y la puso patas arriba, no es un simple capricho de marihuaneros, mamertos, indígenas locos ni de vándalos o desocupados resentidos, como dicen algunos, es todo un movimiento que está en busca de reivindicar su pasado y la lucha indígena que ha sido permanente obviada, invisibilizada y ocultada por el relato oficial imperante desde la Conquista, Colonia e Independencia en nuestros libros  institucionales. No se trata de sembrar odio, rencor ni vandalismo, si no de ver reclamos, de que también se les dé el lugar preponderante en la historia patria.

Recuerden que así sucedió en Estados Unidos contra los bustos y monumentos de pro esclavistas,  a los cuales se les rendía tributo en algunos estados, mientras a los negros, pues bueno, ya sabemos que les sigue yendo. De ahí surgió el movimiento  #blacklivesmatters que obligó a debatir de nuevo los derechos civiles, los abusos contra esa población y ver que la historia estaba mal contada o al menos le faltaba un pedazo.

Por ello, nuevos estudiosos empiezan a escarbar en busca de la verdad en los anaqueles y archivos históricos, no se están conformando con tragar entero y aprender de memoria el cuento oficial si no que lo cotejan contra hechos registrados en los momentos en que ocurrieron o plasmados algunos años después y que el tiempo y el polvo cubrieron. Así pasó con estudiantes de la Universidad Edimburgo en Reino Unido, quienes lograron que sus directivas retiraran de uno de sus edificios el nombre de David Hume, dado que descubrieron que en uno de sus ensayos este escritor y filósofo expresó una opinión racista y, por tanto, no era válido rendir homenaje en un recinto del conocimiento a alguien con esa visión miope de lo humano.  Este es un buen momento para la verdad verdadera y la conciencia histórica.  

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