ColumnistasGustavo Álvarez Gardeazábal

CARACALLA Y TRUMP

CRÓNICA DE UN ENCHUSPADO # 79

He terminado de leer otro mamotreto. Esta vez del popularísimo Posteguillo,quien continúa la saga de Julia Donna,la emperatriz de Severo,oriunda de Homs, en la Siria de siempre.Son 781 páginas sobre la vida de este corajuda mujer excepcional que llegó a ser esposa, madre y abuela poderosísima, astuta, inteligente y sagaz al extremo. Es  una novela igual de bien joteada que  la de su primer envión sobre ella,  YO JULIA,  con la que ganó el Planeta y de la cual dicen que vendieron 4 millones de ejemplares. Enlaza con la saga anterior ejerciendo el poder de esposa de Septimio Severo y la desarrolla siendo la madre de Antonino y de Geta, los dos augustos herederos del trono imperial, pero que se odiaban a muerte.

Allí, escena por escena, como en un libreto cinematográfico, se perfila el carácter singular de esta mujer y se vislumbra la creciente locura de su hijo mayor, más conocido históricamente como Caracalla, asesino de su hermano Geta, engendrador con violencia extrema en el vientre de la hija de su tía Maesa de  un muchacho tan parecido a él en cara, perfil y tono de voz hasta el punto que Julia, apenas lo conoce 14 años después, lo proclamará emperador el día que la guardia pretoriana mata a su hijo Antonino Caracalla, aburridos de las insensateces, locuras y estupideces que colecciona actuando como césar romano.

De ese muchacho fruto de la violación, no se alcanza a hablar en esta novela, como se trata de Heliogábalo, el  emperador travesti, nada de raro tendría que Posteguillo aliste su tercera tanda de la saga contando el acumulado de travesuras sexuales que la historia no alcanzó a tapar de este particularísimo emperador quinceañero.

Pero leyendo sobre el Antonino a quien sus súbditos bautizaron Caracalla y revisando su manera desorbitada de ejercer el mando, de  atacar cuando todos esperaban que se replegara, de eliminar  subalternos de su entorno con la misma facilidad conque cambiaba de toga, no he escapado de comparar el accionar  de ese frenético emperador romano con el intermitente pero pavoroso y grosero ejercicio del poder supremo que hace Trump.

Nos resulta inconcebible para los que hemos visto el liderazgo norteamericano de los últimos 100 años, que a la cabeza de la Unión esté alguien a quien le quepa tanta grosería, tanta arbitrariedad, tanta falsedad comprobadas y tanto deseo de provocar camorra y vomitar insultos sin necesidad. Trump es la versión moderna  del Caracalla que la antigüedad mitificó, pero Ivanka no es Maesa ni Melania alcanza a ser Julia. Ni Estados Unidos son Roma.

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