ColumnistasGustavo Álvarez Gardeazábal

EL SORDO GENIAL

Desde mucho antes de comenzar a sufrir de la sordera de mis antepasados, supe que tenía oído de artillero.

Aunque mi madre era violinista y  mi abuela pianista y ambas también pintaban de maravilla, yo fui negado a esas dos habilidades. Pero me educaron oyendo música clásica y hoy día, arrumado en la vejez para defenderme del ataque de la peste, tengo que confesar que a lo largo de mi vida he oído música, casi siempre clásica, para leer, para escribir, para bañarme y para dormir.

No aprendí a oírla con nombres propios ni cuando la hacían sonar en los discos de 33 rpm en celuloide( que todavía guardo  en tamaño baúl junto con el tocadiscos que aún funciona), ni ahora que en Spotify me pasaron el balance de haber escuchado por ese método casi 150 mil minutos en el año de la pandemia. Simplemente la oigo y la reconozco.

Más de  Gustavo Álvarez Gardeazábal Archives – Don Tamalio

He sido tan adicto a la música que terminé por leer biografías de grandes compositores y artistas, por intentar aprender ya viejo, cómo funcionan las partituras y aunque definitivamente no pude hacer parte de ese grupo privilegiado, sigo oyendo mis sones preferidos y los nuevos que la modernidad del internet nos permite conocer con solo meter el dedo sobre el teclado del computador.

Por ese afecto, porque habiendo podido oír al uno y al otro durante tantos años, me  atrevo sin tapujos a considerar que más grande y mejor que el sordo alemán de Beethoven es imposible.  Hoy, entonces, cuando se cumplen 250 años de su nacimiento y la peste no deja que se le rindan homenajes en su ciudad natal y en su adorada Viena, me siento tan partícipe como si hubiese acompañado a alguno de los millones de músicos que han tocado sus partituras.

Opinión: ALBORADA

En gustos no hay disgustos, pero en percepciones hay que respetarse a si mismo. Por ello tal vez hoy oiré con especial complacencia una a una y en estricto orden, las nueve sinfonías y como seguramente vibraré en demasía cuando oiga los coros de la última y el homenaje de mi oído bueno al maestro de maestros se haya completado, me sentaré a tomarme una burbujeante Tattinger para levantar la copa y brindar mientras suene “ Para Elisa”  esperando que  los tonos del piano me apacigüen la felicidad de haber podido seguir oyéndole aunque sea por una sola oreja y agradecer el  vivir en un mundo y una época que honró ,como a nadie otro, a Ludwing Van Beethoven, el músico insuperable, el sordo genial.

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