El tapabocas o la vida
Más rápido que de costumbre se nos ha ido este año en medio de las dificultades económicas, la zozobra, y el dolor de la gente cercana que ha fallecido por causa del COVID-19.

Ese inclemente virus del que poco sabíamos y rara vez nos imaginamos que nos cambiaría la vida.
Escribo esta columna desde el corazón, preocupado, y con la molestia nasal que genera haberme realizado la prueba del hisopo recientemente y por segunda vez en menos de 20 días. Desafortunadamente, el pico de contagio en Ibagué ha llegado a su límite, la red hospitalaria está colapsada y estamos muy cerca de que se declare la alerta roja.
Cada día se conocen más contagios, más fallecidos, y eso pareciera no importarles a los irresponsables que se lo pasan por estos días enfiestados y tomando licor no solo en los bares de Mirolindo a donde algunos propietarios no fueron capaces de hacer respetar los protocolos, sino en las tiendas de barrio, las cuales se volvieron a poner de moda por los nulos controles de las autoridades.
Hoy basta con salir a la calle y ver como algunos no usan el tapabocas o lo usan mal, no guardan el distanciamiento, y lo que es peor, no entienden que llegamos al punto del “tapabocas o la vida” porque desafortunadamente, quien no use por estos días una mascarilla de esas, fácilmente puede contagiarse en menos de nada y fallecer.
No quiero ser alarmista, pero sí me gustaría dejar una reflexión. Ya está comprobado que el virus es mortal, que no hay cura todavía para él, y que es una cadena que no todas las personas enfrentan de la misma forma. Cuidarse cada uno es cuidar a la mamá, al papá, a los abuelitos, entre otros familiares. Lo apocalíptico ya está pasando y depende de cada uno saberlo enfrentar.
Posdata: Mi solidaridad con don Carlos Alvarado y la familia Mercacentro, pronta recuperación a don Carlos, y un llamado de atención a los irrespetuosos e irresponsables que dieron como primicia la supuesta muerte de don Carlos.